domingo, 8 de febrero de 2015

Capítulo VI

Unos de los capítulos que me he leído ha sido el capítulo VI.

Un capítulo en el que el Quijote llega de vuelta a su casa tras unas cuantas andadas y un tanto maltrecho. Es entonces cuando el cura y el barbero, amigos de nuestro protagonista, deciden y comienzan a quemar la razón de su locura: los libros, con el fin de evitar que su amigo perdiese los últimos resquicios de cordura que le quedaban... 

Y así comienza una larga y densa lista con todos los libros que deciden quemar o salvar... 

En este momento he pensado dos cosas:

¿Qué clase de capítulo sin sentido es este?

¿En serio me están relatando libros y autores de los que jamás he oído hablar y de los que me olvidaré al segundo de leer?



Con este pensamiento y crítica llegué a clase y se lo comenté felizmente a la profesora. Ana, un poco sorprendida al principio, me respondió, segura de todas sus razones, que era una especie de biblioteca que intentaba recrear Cervantes (algo difícil para este tiempo, pues la mayoría eran analfabetos y se tendía a ignorar la cultura). También me comentó que el autor, con esto, pretendía realizar una crítica a la “censura” de esta época, aprovechando a su vez para volver a enfatizar su animadversión hacia los libros de caballerías (uno de los principales propósitos de su obra). 

En este momento comencé a pensar... Y fue entonces cuando me di cuenta de lo que nos cuesta fijarnos en las pequeñas cosas, en los pequeños detalles, en su valor real y lo “criticones” que somos, pues enseguida tenemos una opinión pero pocas veces una reflexión...

Porque como dice uno de mis profesores, vivimos en OPINOLANDIA. Tenemos opiniones para todo y para todos, pero son simplemente eso, OPINIONES. Las cuales suelen ser superficiales, triviales, banales, superfluas... jamás pensadas o reflexionadas. Prácticamente decimos lo que se nos pasa por la cabeza, sin realmente pararnos a reflexionar sobre lo que estamos diciendo, siendo inconscientes de las consecuencias de nuestras palabras, que a veces pueden ser bastante duras...

Porque si de verdad observásemos esos pequeños detalles...Veríamos esa pequeña sonrisa, dedicada un lunes por la mañana. 

Si los escuchásemos, oiríamos, en ese día gris casi negro, nuestra canción favorita sonando en la radio.

Si los saboreásemos, tendríamos el placer de degustar esa rica tortilla de patatas casera hecha por la abuela...

Si los tocásemos, notaríamos la suavidad de ese jersey que te has puesto por la mañana, y que te recuerda al suavizante que usa tu madre...

Si los oliésemos, percibiríamos el olor de un rico pastel, preparado para dar las gracias, para pedir perdón, ¿qué importa?, cualquier noble razón...

Porque un simple "Buenos días" o un "Hola" en lugar de un "Adiós" son capaces de dibujar un hoyuelo en alguna mejilla...

Porque si nos preocupásemos por tener un detalle con aquél que nos saluda todas las mañanas, aquel que a veces no le devolvemos ni el saludo por vergüenza, por nuestro mal humor... 

Porque si tuviésemos estos sencillos gestos, que no cuestan, nos mostraríamos más humanos, demostraríamos a esa persona que saludamos que estamos ahí, que la vemos, que por lo menos la tenemos en consideración...

Esto ocurrió en Noruega y nos demuestra la grandeza de estos gestos tan pequeños:


                                




                       "POR ESE PEQUEÑO DETALLE QUE TE ALEGRA EL DÍA"





Rocío P.

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